17 mayo 2010

Espejismo

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Me detengo, y cuando alzo la vista, una llovizna me obliga a cerrar los ojos, mientras me empapa la cara casi sin darme cuenta. Todo parece ir más despacio en esta ciudad tomada por el caos habitualmente, pero que hoy se escenifica a sí misma con una melancolía inusual. Camino lentamente por calles semivacías que a diario escupen gente en todas direcciones, pero en las que, en esta tarde que ya se consume, hasta los edificios se han decidido a mostrarse más desgastados, más alicaídos, como si fueran ancianos cansados de la vida que se pasan sus últimos días gruñendo en un sillón polvoriento.


Voy sin rumbo, simplemente subiendo y bajando, serpenteando y atajando, con la única premisa de no ir a ninguna parte. Qué tarde tan gris, tan silenciosa, pienso en voz baja. Los niños gritan menos y hasta las gotas chocan contra el pavimento sin querer hacer demasiado ruido. Incluso, y es lo más raro de todo, el usual colapso de cláxones y frenazos se ha evaporado de muchas de las calles, ahora despejadas y apenas transitadas por un par de busetas de cristales empañados y a través de los cuales puedo intuir las miradas perdidas de los pasajeros. Toda la ciudad, sin excepción, se ha convertido en un interminable suspiro ahogado.


A lo lejos, un mercadillo de libros de páginas desgastadas y baratijas varias aparece como un oasis en medio de toda esta pesada languidez, aunque quizá solo sea un espejismo. Remuevo tapas arrugadas de colores ocre y tomos desordenados, regateo precios sin demasiadas ganas y me dejo calentar durante unos minutos por las viejas bombillas amarillentas que iluminan, a pocos centímetros de mi cara, toda esa biblioteca ambulante. Y al final, me alejo con Hemingway, Kundera y Saramago bajo el brazo, mientras un café para llevar me hace más tibio el final de una tarde tan extraña como necesaria. Como si en el fondo no hubiera sido más que un largo suspiro, que hacía ya demasiado tiempo que guardaba, contenido, dentro de mí. O quién sabe. Quizá todo esto no fuera más que un espejismo.



3 comentarios:

Lu dijo...

Es lo que tienen la lluvia y el olor de los libros viejos. Y sí, creo que son momentos necesarios.

"Ese aixx entre líneas"...

Àlex Cubero dijo...

Será que me has contagiado, Lucilú...

Lau dijo...

Benditos los espejismos urbanos... han salvado vidas -corduras al menos-, pero nunca se lo agradecemos lo bastante.
En cualquier caso, esa compañía libresca que te llevas es de lo mejor :) Nada puede fallar con ellos.

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