08 febrero 2010

Cuento sin principio ni final


Dicen que permaneció un rato sentado en el frío suelo de madera, como ausente.


Las risas se habían agotado con la caída del telón, cuando los aplausos se extinguieron y el público desapareció tras las robustas puertas, ahora selladas. Pero Él no. Siguió ahí, agazapado entre las sombras en mitad del escenario, mientras los focos apagados le observaban en silencio y se compadecían de ese pobre chico.

Ni siquiera supo cuánto tiempo pasó inerte en aquel teatro vacío, puede que minutos, quizás horas, quién sabe si días. Su mirada restaba inexpresiva, perdida en otro tiempo y en otro lugar. Pero no así sus labios.

Si una volátil mota de polvo hubiera osado acercarse, podría haber intuido un susurro, apenas perceptible, que casi se confundía con su mismo respirar, aunque puede que sencillamente ambos se fundieran en uno mismo, siendo vida y Fin al mismo tiempo. Incluso si esa joven mota se hubiera posado en su piel, habría podido escuchar cómo unas inconexas frases se deslizaban por su boca y se mezclaban con el aire. No es que Él hubiera perdido el juicio. Simplemente, repetía una y otra vez el guión, para no olvidar el que era el papel de su vida. La mota de polvo lo hubiera entendido al momento. El chico solo deseaba que la obra no terminara nunca. Aunque tuviera que seguir así días y días, años si era necesario, escenificándose para sí mismo. Al menos hasta la siguiente función, cuando el telón se abriera nuevamente, y el público estuviera ahí, recibiéndole con un cálido abrazo.


Y siguió esperando sobre aquel desangelado escenario, hasta que la mota fue demasiado vieja como para recordarlo y Él mismo fue polvo sobre la madera, danzando con la oscuridad, aguardando a su ansiada función. O al menos eso dicen.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Segur hi havia algú observant-lo. A ell, al que estava assegut!;)

Pto des de London

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