11 marzo 2010

Poema trágico en tres actos y siete cuadros


Criada: Niña, hija, ¿qué te pasa? ¿Sientes dejar tu vida de reina?

No pienses en cosas agrias. ¿Tienes motivo? Ninguno. Vamos a ver los regalos.


Ese hombre nos mira, pero nos da igual. Me da igual. Contigo siempre me pasa lo mismo. Cualquier extravagancia se convierte en lo más normal de la vida. Lo hacemos y punto. Seguido a veces, aparte otras. No hay reglas. Solo puntuaciones que no sirve de nada intentar prever.


El metro está más lleno de lo habitual un sábado por la mañana, pero puedo sentir como se desliza sereno por los raíles, tan ligero como si fuéramos los únicos viajeros de ese tren. No puedo evitar sonreír mientras te escucho. No sé ni tan solo qué hora es, solo que me he embarcado en otra de tus habituales locuras inesperadas. El trayecto me parece eternamente corto mientras restamos estaciones hasta nuestro destino.


Novia: Calla he dicho. Hablemos de otro asunto.

(La luz va desapareciendo de la escena. Pausa larga)


En una breve pausa interminable te miro los labios, hoy del mismo color de la línea de metro que cruzamos de un extremo a otro, del mismo que la chaqueta de repartidor de diarios que me abrigaba cuando te conocí. Rojos. Intensos. Contrastan con esos rizos dorados que se descuelgan sobre tus mejillas. -¿Crees que me queda mejor recogido? -Suéltatelo, hazme caso. Me sonríes con la mirada. Esa mirada en la que alguien se divirtió mezclando colores. Azul aquí, gris allá, un toque de verde y dos de adolescencia permanente. Esa mirada siempre curiosa, como si descubrieras el mundo en cada nuevo parpadeo. Corre, nos bajamos aquí.

Criada: ¿Sentiste anoche un caballo?

Novia: ¿A qué hora?

Criada: A las tres.

Novia: Sería un caballo suelto de la manada.


Te observo en silencio desde la penumbra. Es la primera vez que te veo actuar y puedo percibir el olor a libertad que desprendes. Lates de un lado al otro del escenario como un corazón desbocado, pero soy yo el que noto un respingo cuando por un momento pienso que has olvidado una de las frases que hemos estado repitiendo una y otra vez durante el trayecto. Nada de eso. Eres diminuta, pero llenas todo ese espacio vacío. El que me rodea y el que me compone. Al acabar, me miras y te sonrío. Como aquella primera vez. Como siempre. Como en cada párrafo de nuestros momentos compartidos. Como en este poema trágico en tres actos y siete cuadros. Como en nuestros inacabables puntos suspensivos.



Criada: No. Llevaba jinete.

Novia: ¿Por qué lo sabes?

Criada: Porque lo vi. Estuvo parado en tu ventana. Me chocó mucho.

Novia: ¿No sería mi novio? Algunas veces ha pasado a esas horas.

Criada: No.

Novia: ¿Tú le viste?

Criada: Sí.

Novia: ¿Quién era?

Criada: Era Leonardo.

Novia: (Fuerte) ¡Mentira! ¡Mentira! ¿A qué viene aquí?

Criada: Vino.

Novia: ¡Cállate! ¡Maldita sea tu lengua! (Se siente el ruido de un caballo.)

Criada: (En la ventana) Mira, asómate. ¿Era?

Novia: ¡Era!




["Bodas de Sangre", (1933), de Federico García Lorca]

1 comentarios:

Belén dijo...

Éste es un poema para seguir en otros tres actos..

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