15 marzo 2010

Dominó


Hacía mucho tiempo que no escuchaba ese sonido.


Ni siquiera ha sido real. Puede que haya sido un instante casi imperceptible. Una imagen fugaz, que en cualquier otro momento no hubiera llegado ni tan solo a intuir. Cualquier otro día, menos hoy.


No hace falta ni que cierre los ojos para verlo. Tus manos desgastadas moviéndose en círculos perfectos sobre el tablero azul, sobre aquella mesa de fría piedra en el jardín, bajo la sombra del limonero que coronaba tu particular oasis urbano. Y ese sonido otra vez, el del repicar de las fichas de dominó que crecieron conmigo, siempre las mismas. Creo que incluso todas las fichas que he conocido en mi vida las comparo con aquellas, que tú dominabas con una facilidad pasmosa, haciéndolas girar como si fuera un vals interminable. Las guardabas ordenadamente en una caja de madera de finas paredes que nunca parecía envejecer contigo. Siempre envuelto en la espesura del humo de aquellos infinitos puros, dominando todas las jugadas posibles con tus pequeños ojos, que no eran ojos, sino puñaladas en el rostro. Ganarte era una quimera, aunque me dejara mi corta vida en ello. Recuerdo esa sensación de admiración cuando tú te anticipabas a todos mis futuros movimientos, como si tuvieras el corazón agujereado con los mismos puntos negros que aquellas viejas fichas. Abre... Pitu… Doble… Cierro… Chatu…


Chatu. Hacía realmente mucho tiempo que no escuchaba tu voz.



1 comentarios:

Carmen de Águeda dijo...

Cuanto se echa de menos, verdad?

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