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25 mayo 2010

Olas


Verde. Amarillo. Azul.

No son solo colores. Son más que eso.

Son olas. Unas crecen hasta su orilla, otras mueren en el mar.














Las fotografías corresponden a la marcha indígena a favor de Antanas Mockus (Partido Verde) en Ibagué (Tolima) y a los cierres de campaña de Gustavo Petro (Polo Democrático Alternativo) en la Plaza Simón Bolívar de Bogotá, y de Noemí Sanín (Partido Conservador) en Soacha.

09 mayo 2010

Platoniana

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"Platoniana", de mi amiga, periodista y fotógrafa Laura Muriel Valcarcel



Primer premio Sant Jordi 2010 en la categoría de Fotografía individual, otorgado por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona

04 mayo 2010

¡¡¡Shhhhhhhhhh!!!

¡¡¡Shhhhhhh!!!! ¡¡¡Calla!!!




(Foto) Carlos Ortega, fotógrafo de Efe, después de la agresión de la Policía a

seis periodistas en la manifestación del Día Internacional del Trabajo en Cali,

denunciada por la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP)




"Una prensa libre puede ser buena o mala,

pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala"

Albert Camus (1913-1960), Novelista, dramaturgo

y ensayista francés, Premio Nobel de Literatura

03 mayo 2010

"No hay nada que celebrar"

·


Colombia. Año dos mil diez. Periodistas asesinados, cuatro. Amenazados, treinta y siete. Uno más, es decir, treinta y ocho, es la cifra de periodistas asesinados en todo el mundo en lo que va de año. En cuatro años, más de cuatrocientos. Promedio por año, cien. El pasado mes de abril, un repunte, con quince periodistas asesinados. Uno cada dos días. Ciento sesenta y cinco encarcelados en estos cuatro meses en todo el planeta. Seis periodistas agredidos por agentes de la Policía durante las manifestaciones del Día del Trabajador en Cali, de los medios Agencia Efe, Associated Press, Associated France Press, Cable Noticias y Caracol Noticias. Uno más agredido el mismo día en Bogotá. Puntos de sutura en su cabeza, diez. Asesinatos de periodistas que quedan impunes en todo el mundo: Noventa por ciento de los casos.


"Hoy no hay nada que celebrar". Eduardo Márquez, presidente de la Federación Colombiana de Periodistas, en el Día Mundial de la Libertad de Prensa.






Fuentes: Federación Colombiana de Periodistas (Fecolper), Reporteros Sin Fronteras (RSF), Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), Campaña emblema de Prensa (PEC), Comité para la Libertad de los Periodistas (CPJ), El País.


Fotografías: Arriba, agresión a Oriol Segón Torra, periodista español independiente de medios internacionales, en la manifestación del Día del Trabajador en Bogotá (Damien Fellous). Abajo, la policía hondureña rodea al fotógrafo de Associated Press (AP) Darío López-Mills durante las protestas con motivo del golpe de Estado en 2009 (Reuters/Oswaldo Rivas)

23 abril 2010

Miradas en blanco y negro en una Colombia teñida de rojo


Con los incómodos disparos de su cámara como única arma, el fotoperiodista colombiano Jesús Abad Colorado trata de destapar con una mirada en blanco y negro esa Colombia teñida de rojo por el conflicto interno que la desangra, ese "espejo roto" al que ciudadanos, medios y políticos parecen no querer mirar. Una guerra en la que confluyen guerrilla, Ejército, narcotraficantes y paramilitares, oculta bajo el velo de la banalización de los medios, el silencio de los gobernantes y el agotamiento de la ciudadanía, que enmudecen los gritos de desesperación de miles de colombianos salpicados a diario por el conflicto armado. Sin embargo, como en una de sus fotografías, Abad es esa niña de mirada descarada que observa directamente a la cámara a través de un agujero de bala en uno de los cristales de la ventana de su casa.


"Creo que el dolor de los desplazados, de las masacres y de tanta tragedia que vivió Colombia saturó de alguna manera a la gente, no querían ver más", dice Abad. "Pero cuando uno tiene la posibilidad de mirarse en el espejo que ha dejado la guerra, un espejo roto que nos está reventando en la cara, ve eso enfrente y todo el dolor que ha producido, yo creo que debe preguntarse: quiénes nos han gobernado y han permitido que esto llegue hasta aquí?".


Dieciséis años de imágenes en blanco y negro para hacer reflexionar a los colombianos, pues fue precisamente esa carencia de reflexión y de análisis lo que le llevó a abandonar el periodismo en los medios de comunicación e iniciar un camino en solitario con el fin de detenerse a "narrar", a estar "al lado de los que más han sufrido". Y es que triste de que los periodistas olviden su profesión y se limiten a acusar a narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares como únicos causantes del conflicto, Abad se pregunta cuál es la responsabilidad del Estado y los políticos, impunes en un país en que "periodismo y poder van de la mano". "Lo que hago -recalca- es documentar los hechos desde todas sus caras y facetas, no para decir quién es peor o quién es mejor, sino para mostrar los efectos perversos que tiene la guerra sobre la vida colombiana. El periodismo no es para ver solo con un ojo".


Por ello, con su cámara trata de reflejar todos los aspectos y consecuencias del conflicto, ya sea desde la más cruel de las muertes a la más esperanzadora de las sonrisas de un niño cuya familia sufre los efectos del desplazamiento forzoso, pero fotografiando siempre desde la ausencia de todo color, como si quisiera evitar cualquier desvío de atención y mostrar solo la realidad cruel de un conflicto que a veces se torna invisible, camuflado por esa Colombia que parece ser solo "pasión" según los medios y el Gobierno, pero que "más allá de cascadas, arco iris y bosques" oculta comunidades que son desplazadas y asesinadas a diario. "No es justo que la gente pierda el territorio y la vida con el silencio de los medios", lamenta este fotoperiodista de Medellín, que admite haberse sentido "muy solo", sobre todo por no poder llegar a muchos lugares en los que se debe contar lo que está sucediendo.


Cuando finaliza una de sus conferencias en el II Congreso Mundial de Trabajo Psicosocial en Desaparición Forzada, Procesos de Exhumación, Justicia y Verdad, que se ha celebrado estos días en Bogotá, un grupo de mujeres se acerca a Abad y le ruegan que acuda a Nariño, una de las regiones colombianas más azotadas por la guerra, para documentar las injusticias y atrocidades que ahí se están produciendo. Abad les entrega su contacto y les promete acudir lo antes posible para ayudar a destapar otro silencio más. En definitiva, para que el rojo invisible de Colombia se haga evidente en el blanco y negro de su mirada.


(La entrevista publicada completa, aquí, y el vídeo, aquí)


21 abril 2010

Tipos y tipos de gente

Cuando eres Carola Solé, efebecaria en la delegación de Caracas, conoces a gente como Hugo Chávez y mantienes con él una conversación inverosímil de cuatro minutos mientras espera a Raúl Castro… y no te quitas la sonrisa de la cara en dos días...




Cuando eres Raquel Godos, efebecaria en la delegación de Bogotá, te presentan a tipos como Antanas Mockus y, sin casi tiempo a reaccionar, te lo vuelven a presentar por segunda vez… y no vuelves a dormir en dos semanas...




Y bueno… cuando eres Nacho Vidal y estás en Bogotá… simplemente corres a hacerte una foto con Àlex Cubero y tú mismo sostienes la cámara… y hasta te sorprendes de que, siendo efebecario, pueda ser tan humilde en persona.



...Tipos y tipos de gente, qué le vamos a hacer…

18 marzo 2010

Cielos nuestros

"Pues propongo una idea. El sábado miramos hacia arriba, sacamos una foto al cielo

y la colgamos en el blog. Esté como esté, de día pero a la hora que queráis

-no seáis repollos, no saquéis sólo románticas puestas de sol que a mí

ya me tenéis enamorá- como si nos asomáramos todos por una

ventana de D.F, Rabat, Bogotá…para decidir si te pones rebequita

o no antes de salir.¿Os hace, hermosos? "



Así lo imaginó María, para que Carmen lo cocinara después. Y entre todos lo sacamos del horno. Fue una idea espontánea, surgida del intercambio de comentarios en uno de nuestros blogs. Esos blogs que cada uno moldea a su forma, según sus necesidades. Son historias distintas, imágenes totalmente diferentes, colores y miradas que no se parecen en nada. Pero en el fondo, no dejan de ser lo mismo: las palabras y las fotografías de unos iguales que se perdieron en sitios distintos. De aquellas chinchetas que se esparcieron en un tablero mapamundi.


Volvamos al inicio. Echar una mirada al cielo, así de simple fue la propuesta que surgió inesperadamente. El mismo día, un sábado, debíamos agarrar nuestras cámaras y, con más o menos destreza, hacer un click a ese cielo que nos cubre habitualmente. Un juego de niños, que es en el fondo lo que somos y lo que no debemos dejar de ser nunca. Al menos, como dice Nina, para que las cosas no dejen de sorprendernos cada día, sobre todo las peores.


Precisamente Nina, con esa mirada siempre tan fresca para las cosas. Sin tapujos, tal como son. No buscó nada artificial, no recreó el cielo más perfecto que uno podía imaginar en aquel rincón del mundo lleno de misticismo. Simplemente, captó el adiós de la claridad desde su balcón en Nueva Delhi. El Sol sacando la cabeza entre las azoteas. Ella amagada tras sus trapitos colgados en el tendedero. Ambos jugando al escondite, sin más. Solo eso, que ya es todo.



También desde su ventana en Bruselas sacó la cabeza María. Quería ella pintarnos ese gris cielo belga que acostumbra a acompañarla cada día, pero por sorpresa se encontró con la llegada de la primavera invernal, esa dualidad que tanto caracteriza a la autora en cuestión. Mirando esta foto, uno puede incluso escuchar las campanadas retumbando entre la fría piedra de los edificios, surfeando sobre esos desgastados tejados que tanto añora uno en esta orilla del mundo, demasiado nueva, demasiado ausente del peso de la historia. Esa carga tan buena para muchas cosas, tan devastadora para tantas otras. Echo de menos la Vieja Europa, sí, pero es que yo soy un romántico empedernido y, en el fondo, siempre me gustaron las maduritas interesantes.



Pero los cielos, envidiosos de nuestros jugueteos internacionales, acordaron gastarnos una broma e intercambiar sus cromos, y decidieron entre carcajadas que los claros ojos de Laura solo podían combinar con una tormentosa capota sobre las murallas de Rabat. Y ahí estaba ella con su as-smá dieli, sus banderas rojas y verdes, sus palmeras y su arcillosa muralla. Y sus primeras gotas brincándole sobre la cabeza. Y su negro cielo. Y su mirada limpia, que siempre parece escoger la palabra precisa, el adjetivo apropiado, el momento justo. Como éste.



¡Ah! y es que nuestros cielos no contaban con la habitual viveza de Manuela, que no se limitó a esperar en su sofá a que su bóveda maquinara un chiste pesado a su costa. Le gusta a Manuela mirar las cosas desde su propio ángulo, por singular que resulte, así que agarró su cámara y salió a cazar su cielo de México D.F. Y buscando y rebuscando, al final lo encontró agazapado entre el metal y los cristales, rojo y avergonzado de la guasa a la que había intentado someterla. Y Manuela se regodeó retratándolo junto a la Victoria Alada, porque al final, la genialidad siempre recibe su recompensa.



Tocados y hundidos. Sin tiempo a reaccionar, nuestros cielos quedaron a merced de nuestras chiquilladas postadolescentes. Y Belén, que descansaba en esos momentos en una reserva natural al sur de su Lima, agarró su paleta y plasmó el celeste que siempre había deseado que la despidiera antes de dormir. Un brochazo de azul en el centro. Una acuarela de rojo sobre su cabeza. Carboncillo para dos toques de negro difuminados. Y una larga pincelada de naranja sobre el horizonte. Miró su cuadro aún fresco, y solo tuvo tiempo de dibujarse a así misma esa sonrisa que siempre la acompaña, boceto del corazón que nunca abandona.



Y Carmen, siempre Carmen. Una persona tal que así, de aquellas que hacen grandes los pequeños detalles cotidianos, y no porque sean diminutos, sino porque los demás quizá no sabemos verlo. En una ciudad como Londres, en que los grises son la tónica dominante del día a día, Carmen se emperra a menudo en buscar sus azules en las pequeñas cosas que pasan desapercibidas, en esas historias que a todos nos ocurren y nos gustaría contar a los demás. Y ella demostró que el cielo le puede dar la bienvenida cada día con los brazos abiertos en cualquier lugar, simplemente mirando a su alrededor y sin necesidad de alzar la vista.



Tampoco podía faltar Víctor desde el París que le enamora, una ciudad que sin embargo ese día parecía estar enfurruñada con el mundo, tanto, que el cielo se cargó de malas pulgas y los edificios se apretaron para casi tapar esa Torre Eiffel que tanto protagonismo les roba. Pero Víctor es en el fondo un galán, y con dos palabras bonitas, consiguió que la ciudad le sonriera y dejara escapar algunos coquetos claros. Porque París, hasta en los días más nublados, no deja de ser la infinita Ciudad de las Luces.



Luces distintas las que busca Raquel al otro lado del charco, en la inconexa Bogotá. Luces barrocas, luces caóticas, luces a veces oscuras, pero luces al fin y al cabo. Y por eso no le asusta dirigirse hacia ese horizonte desconocido lleno de respuestas, como ese pájaro que vuela sin miedo hasta ese lugar donde se acumulan los miedos, pero también los futuros que nos esperan, y que por nublados que ahora parezcan, entre ellos anidan más claros despejados de los que nos pensamos. No se trata de Raquel. Se trata de todos y cada uno de nosotros.


Y allí los encontró, supuestamente, Eva. Es Beijing la capital de un país cuya gente parece siempre pausada en el tiempo, demasiado recatada y respetuosa, excesivamente silenciosa, como para no molestar. Como su cielo, en el que hasta las nubes aparecen a tientas, difuminadas, como intentando no romper esa quietud impuesta, solo rota por las ganas de volar de una cometa impertinente. Símbolo de esa China que lucha por desprenderse de unas manos que le tapan la boca desde su propio país.



Todo esto es lo que pienso al mirar vuestros cielos, incluso los de que aquellos que no aparecen aquí. Pero no me hagáis demasiado caso, porque en el fondo, no es más que otro de mis juegos sin importancia, y éstas puede que sean simples fotografías de cielos sin más. Seguramente no, pero eso ya es cosa de cada uno. De momento, yo me despido de vosotros, chinchetas, con aquel cielo mío, que sin haberme dado cuenta, ya es totalmente vuestro. O nuestro, esa palabra que tanto significa en tan poco espacio.


Cielos nuestros. Y vaya si suena bien.


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