02 agosto 2010

Invierno

.

Quijote y Sancho (Madrid, diciembre de 2009)



Lo echaba de menos, la verdad. Ha sucedido hoy sin previo aviso, al salir de casa y cuando la tarde ya se fundía a negro, como pasaba en las películas de antes. De repente, de forma inesperada, un crujido de dolor muy familiar me ha recorrido el cuerpo de arriba a abajo. Hacía tiempo que no sentía ese abrazo punzante, ese estremecer rítmico de los huesos, esa tensión en cada músculo, ese erizar coral de todos los vellos habidos y por haber en cada centímetro de mi piel. Era él, ese compañero de toda la vida con el que este año había jugado al despiste. Era el invierno.


Lejos de producirme rechazo, ha sido como quien se encuentra con un viejo amigo al que tiene tantas cosas que contar. En lugar de resguardarme, me he sentado al aire libre en la terraza de una cafetería, dejándome abrigar por su presencia y, con un café y un libro, me he dispuesto a reencontrarme con las palabras perdidas que últimamente tanto he tardado en hallar y, seguramente, en decidirme a buscar. Aunque en realidad acostumbro a renegar de él, siempre me ha inspirado mucho más el melancólico, marchito y solitario invierno que el caluroso verano, ese quarterback sudoroso, juerguista y superficial sin más aspiraciones a largo plazo que ligarse a la rubia animadora del instituto. Y ahí me he quedado conversando con mi gélido visitante durante más de una hora, o quién sabe cuanto más, pasando páginas con unos dedos cada vez menos ágiles, y liberando en cada suspiro un vaho prisionero desde hace meses, al que casi podía oír llorar de alegría al volver a reunirse con su añorado invierno. O quizás en realidad no fuera real, y solo existiera en mis ansias de encontrarme de nuevo con él.

0 comentarios:

Publicar un comentario

.