"Ils sont fous ces romains"
("Están locos estos romanos". Obélix, en 'Astérix el Galo', 1961)
Saltas de una plataforma a cincuenta metros de altura deslizándote por una cuerda, como si te lanzaras desde un supuesto helicóptero militar. Sostienes ametralladoras y fusiles que parecen de juguete, pero pesan más que tú mismo. Disparas una pistola y te vanaglorias de haber acertado en una diana de papel con forma humana. Corres por la noche con tus gafas de visión nocturna, mientras sientes como el casco te aplasta el cráneo. Duermes en lo alto de una litera en el interior de un cuartel, y almuerzas y cenas rodeado de uniformados de tu misma edad, pero con una alma mucho más desgastada. Aprendes a hacer fuego con un alambre y la pólvora de una bala. No te quedas en eso, y manejas un explosivo con tus propios dedos, edificas refugios a base de troncos y hojas de palmera, cortadas a base de los golpes de un enorme machete, y acabas tu día engullendo comida envasada para largas travesías en mitad de la selva.
Y te diviertes, caray si lo haces. Porque por un fin de semana, juegas a ser de nuevo aquel niño que correteaba por el bosque con sus amigos, haciendo ¡pum-pum! con una rama de árbol de balas imaginarias. O aquel adolescente que, con sus amigos, se convertía por una tarde en terrorista o policía, en un videojuego en el que morir significaba solo unos pocos minutos de espera hasta la siguiente partida. Pero de repente, te das cuenta que esas armas que ahora sostienes han disparado a muchas dianas, pocas veces de papel, siempre con forma humana. Y que tu instructor, pese a su juventud, arrastra ochenta y dos muertes sobre su espalda. Y que esto no es un juego, sino un país en plena guerra. Es entonces cuando ya no te parece tan divertido.
Pero llegas a la redacción un día como hoy y lees que las FARC invirtieron 14.000 dólares para la grabación de un disco de merengue, videoclip incluido, para mejorar su imagen. Y entonces te preguntas si todo esto no es en el fondo un chiste malo, de aquellos en los que no sabes si reír a carcajadas o, simplemente, echarte a llorar. O ambas cosas al mismo tiempo, como un cuerdo loco de remate.
[¡Bueno, bueno, bueno,
todo el mundo a bailar,
a mover la cintura con fusil y partitura,
porque llegan las FARC!;
(...) Un, dos, tres, cuá,
traca-traca-traca-trá, el gobierno caerá]
1 comentarios:
Muy buena, àlex, una reflexión muy tierna y aberrante a la vez :/
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