Siete años después, los defectos y miedos han dado paso a las virtudes y la confianza en sí misma. Ahora se quiere. Sabe quién fue, no lo olvida, ni lo hará nunca. Pero tiene mucho más claro hacia dónde se dirige. Y avanza con paso firme. Lo hace apostando por la modernidad, por el diseño, por la estética. Y madura ordenadamente, sin olvidar su identidad. Mezclando el brillante cristal del futuro con el frondoso verde de sus raíces. Con modernos edificios que luchan por ser los primeros en acariciar las nubes, sin despegarse de los árboles tropicales que crecen a sus pies. Y entonces se mira de nuevo. Y se gusta cada vez más. Porque Medellín es por fin lo que no debió dejar de ser. Más que nunca, la Ciudad de la eterna primavera.
4 comentarios:
Vaya declaración de amor...! Total!
Anda, que se te va a poner celosa Bogotá! Jejejeje. No se sabe si los edificios crecen entre la maleza o si son los árboles los que crecen en una selva de hormigón. Muac
aiaiai :)
@mmmm: sabes que esa misma frase, casi escrita de forma idéntica, la tenía escrita en el texto y al final la borré? jajaja. Es exactamente la sensación que sentí en muchas partes de la ciudad al recorrerla.
@Carola: ¿¿¿aiaiai qué??
@Nina: Medellín la descubrí muy superficialmente, digamos que fue un flechazo a primera vista... pero es muy pronto para hablar de amor!! Ya te diré más adelante cuando vuelva!
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