[7.30 A.M. Casa]
Subo la cuesta de la calle 61, desde la Séptima. No sé cuántas veces habré hecho este recorrido en los últimos días, pero en cada uno de los ascensos me dejo la vida. No es que sea una pendiente exagerada, pero empiezo a ser consciente de los estragos de la altitud en cualquier mínimo esfuerzo. Esta vez es distinta, sin embargo. Asciendo reconfortado, ilusionado, nervioso. El Señor León me recibe tras la puerta del 305, mientras observo desordenadamente a mis nuevas puertas vecinas. 304...301...303...y 302. Paso la puerta y noto el olor a pintura. Eduardo, un manitas de aquellos que resulta entrañable, termina la instalación de las cortinas. Revisamos hasta el último tornillo del más escondido rincón. Últimas firmas, pago en efectivo, primera factura y apretón de manos. Y todo finaliza con el tintineo de las llaves de mi nuevo Hogar.
[11.30 A.M. Palacio]
Bajo del taxi cargado con cámara y trípode, acompañado de Juan Manuel, el becario de deportes. Alzo la vista lo más que puedo para tratar de captar el mastodóntico edificio del Banco Santander, una fortaleza acristalada en la que me espera mi primer encuentro con la corte periodística colombiana. No falta nadie. Todos los medios de aquí y de allá. Pleno de personalidades. Diría incluso que el contingente de azafatas es exagerado. Nadie quiere perderse la visita de su Balompédica Majestad. Pese a estar rodeado de cámaras paquidérmicas, consigo colocar mi camarita de Efe en una perfecta posición. La llegada del astro Rey se retrasa. Ya se sabe que las cosas de Palacio van despacio. Hasta que por fin aparece y lo hace a lo grande, en mitad de una enorme ovación. Pelé se hace querer, responde a todas las preguntas con generosidad, ofrece titulares jocosos, pero da también contenidos nutritivos. Pese a que pido turno de pregunta desde el inicio, el jefe de prensa se hace el sueco de tez morena. Decido contraatacar y levanto el micro de la agencia, y cuando el colombosueco divisa el logo, todo cambia. En menos de dos minutos, el Dios del Fútbol me mira fijamente mientras le hago mis dos preguntas y me marco disimuladamente un tembleque de piernas espectacular. Nunca una deletreada letra estampada en azul y blanco sobre un micrófono supuso tantos sueños cumplidos.
[18.00 P.M. Hotel]
Sentado en la cama de la habitación del hotel, cuelgo en el ordenador las fotos de un sueño cumplido, mientras engullo una hamburguesa Ranchera comprada en la esquina de mi calle y celebro la goleada del Barça al Sevilla contada por un par de argentinos melódicamente insoportables. Unas horas más tarde, solo sé que miro sin demasiada atención una película sobre un meteorito destructor, hasta que me quedo dormido, o despierto, o no sé muy bien en cuál de ambos estados. Miro al vacío y pienso en varios colores, los que ahora pintan mi vida de forma inesperada y que no quiero que desaparezcan. Y duermo. Y sueño. Y al final no sé si sueño o pienso, o todo al mismo tiempo. Y acabo escribiendo estas líneas, tras comerme unas patatas frí(t)as y un bote de aceitunas. Es la última cena en el lugar que me ha acogido durante dos semanas. No puedo evitar pensar que mañana estaré en una nueva cama. Mi cama. La que he estado esperando con tanta ansia desde que llegué a esta ciudad.
1 comentarios:
Ha de ser espectacular la sensació d'haver fet preguntes a Pelé!! Felicitaats! I que bé que ja tinguis casa! Ara sí que ja pots dir que estas completament instalat! Que vagi bé, i segueix disfrutaant!
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