Ver a un candidato a la presidencia de Colombia sentado en uno de los asientos traseros de su Land Rover y sosteniendo durante todo el viaje una camarita de EFE, trípode incluido, resulta, por lo mínimo, una imagen cómica para un becario condenado a cargar eternamente con ese chisme más propio de una boda familiar de bajo presupuesto. Ahí está Sergio Fajardo, ex alcalde de Medellín, agarrando la cámara de vídeo como si se tratara de un periodista principiante que se dirige a su primera cobertura y la vida le fuera en ello. Esbozo una sonrisa y miro al frente, donde el asiento del copiloto está ocupado por un oficial de policía perfectamente ataviado con su traje de gala, de mirada tan recta como la raya de su pantalón. Extraño cuadro, pienso. Estoy sentado junto a un clon de Julio Iglesias en versión político, en un 4x4 conducido por un guardaespaldas con aspecto de vendedor de Tecnocasa y un policía con traje de comunión. Parece un chiste de Eugeni.
En una entrevista minutos antes, Fajardo, profesor universitario de Lógica Matemática, detallaba su fórmula para combatir el peor de los males de este país que me acoge, en una operación a priori simple, basada en la "transformación social a través de la educación", restando violencia y sumando oportunidades. Dicho así suena fácil, aunque nunca se me dieron bien los números. Mi mente llega a la conclusión que la ecuación parece linda, aunque llegar a despejar las incógnitas puede resultar mucho más complicado de lo que parece. Sin embargo, de Fajardo me conquista su claridad en la expresión, y su discurso pausado y sensato, en un continente donde nada parece razonado y razonable.
Y mi primer día laboral finaliza tras pasarme toda la tarde editando imágenes de un futurible presidente que reparte panfletos en plena Avenida Chile, estrecha centenares de manos sudadas pero ilusionadas, o persigue cómicamente a ancianas -en una escena más propia de Benny Hill- que le confunden con un engorroso encuestador callejero. Cuando abandono la redacción con una enorme mochila de satisfacción a mis espaldas por un día provechoso, no puedo evitar pensar en una situación que viví hace aproximadamente una semana. Tras detectar un error en una tarjeta de telefonía que adquirimos en la Panamericana, una especie de FNAC a la latinoamericana, volvimos al establecimiento a última hora de la tarde para que nos solucionaran el problema. Fue entonces cuando descubrimos que los empleados del local, ante la ausencia de clientes, aprovechaban las últimos suspiros de su jornada laboral para jugar a videojuegos de la tienda, frente a pantallas panorámicas de precios desorbitados. Y ahí estaba el encargado del establecimiento, un tipo aparentemente agrio, pero que lejos de regañar a sus subordinados, esperaba su turno para convertirse en un guitarrista de metal duro en el videojuego Rock Band. Y mientras recupero ese recuerdo, pienso que realmente soy un tipo con suerte, que no tiene que esperar al final de su jornada de trabajo para encontrar un pequeño rincón de diversión. Un afortunado, por haber escogido una profesión en que las partidas son ilimitadas, cada día acumulas bonus y miles de puntos, y cuyo Game Over no son más que las horas en las que uno abandona la redacción para volver a casa, hasta volver al día siguiente y recuperar la partida guardada. Realmente, cada día me gusta más este juego.
4 comentarios:
Ninguno puede ser grande en una profesión sin amarla. Amad la vuestra y hacedla amar a vuestros conciudadanos por una conducta noble, dulce y virtuosa. ;)
romantic!
Ya sabéis que soy un romántico de la vida, pero así soy, qué puedo hacer! ;)
Me alegra leerte por el mundillo del blog. Espero que estés genial, compi de profesión ( o futura profesión, más bien) colombiano, seguro que estás aprendiendo muchísimo. Ya me contarás algún día cómo te ha ido o con qué cosas te quedas de aquellas tierras, espero que con casi todas. Yo sigo bien, el lunes tengo examen de Teorías de la Comunicación, mi amada asignatura (nótese la ironía) y espero no ponerme demasiado nerviosa. Ha pasado bastante tiempo que no sé de ti pero supongo que estás muy contento y eso me reconforta. Un beso muy fuerte desde las tierras andaluzas, desde la costa marbellí.
Cuídate.
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